Sentada en el parque observaba a la gente ir y venir, veía parejas besándose cogidas de la mano, a los padres con los hijos enseñándoles a montar en bici, a ancianos caminar despacio mientras se miraban con ternura, a mujeres y hombres paseando a sus perros...
Me fijé en unos de ellos, era precioso, su pelaje de color dorado rodeaba su cuerpecito, no debía de tener más de 3 ó 4 meses pues sus andares eran un poco inseguros sobre todo a la hora de correr, sus cortas patitas daban la impresiñon de no ser capaces de sostener su cuerpecito y las orejas le caian largas a ambos lados de la cabeza. Tenia unos inteligentes ojos castaños y su ladrido era aún poco más que un gañido. Echó a correr y sonreí mientras veía a su dueño, un hombre de unos treinta y algo correr de trás de él gritando su nombre. Me eché a reir, se veía gracioso y estaba segura de que el hombre conseguiria coger a su perro que se habia soltado de la correa e iba con ella en la boca, pero mi risa se quedó congelada cuando vi como el hombre le asestaba una patada al animal en el costado. Éste aulló de dolor y cayó al suelo. Me levanté corriendo para calmar al animal que yacia de costado gimoteando mientras el dueño lo miraba con desprecio.
Es un animal!-le exclamé
es un perro-dijo con desprecio-una mezcla de setter con pastor belga
me referia a usted no a él-dije con desprecio acariciando al pobre perro entre las orejas.
El dueño me miró iracuando recogió al animal y se alejó de allí con grandes zancadas. Varias personas nos miraban mientras él se alejaba, si hubiera tenido un teléfono a mano habría llamado a la policia pero por desgracia no era asi. No volví a verles a ninguno de los dos.
Años más tarde, volví a encontrarmelos. El perro había crecido y ya no se parecia en nada a aquel adorable cachorro de mis recuerdos. En su lugar, era un perro grande y musculoso, aunque el pelaje seguia siendo sedoso y del mismo color dorado, el dueño seguía siendo el animal que era, pues a la primera que el perro no le obedeció le dió una patada en las costillas solo que esta vez el perro no cayó al suelo sino que se giró y le clavó los dientes con saña en la pantorrilla. El hombre comenzó a gritar y otra vez me levanté corriendo, solo que en esta ocasion para separarles. Cuando le toqué, el perro se volvió hacia mí con expresiñon feroz y yo retrocedí, pero debió reconocerme pues dejó de morderle y se acercó a mi meneando el rabo. El hombre se arrastró fuera del alcance del animal mientras yo pasaba los dedos entre las orejas del perro acariciandole la cabeza como hacia tantos años antes.
Cuando llegó la policia les expliqué lo ocurrido, ellos trataron de levarse al perro pero me negué. Mientras acariciaba al animal viendo como se llevaban a su dueño en una ambulancia arrestado pensé que los animales nunca muerden la mano que le da de comer siempre que ésta sea amable con ellos, son fieles y dan la vida por sus seres queridos sin pensarselo dos veces. Ojalá muchos humanos fueran la mitad de nobles que ellos, quizás así la vida no sería tan perra.
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