viernes, 1 de julio de 2011

En el cine

Cuando se apagaron las tenues luces del cine para dejar iluminada sólo la pantalla, él sintió una sensación de cosquilleo que se volvió intensa y profunda al mirar a la mujer que se acababa de sentar en la butaca contigua. Las luces de la proyección cambiaban los reflejos y apenas transformaban en leves momentos de penumbra esa oscuridad que regalaba el anonimato, acompañados de docenas de personas.

Una sensación de agitada ansiedad hacia temblar prematuramente los cuerpos. Todavía no se habían rozado, pero adivinaban la excitación. Se miraban complices y casi a hurtadillas volviendo un poco la cabeza para reconocerse. No había demasiada gente alrededor, casi todos estaban delante, pues ellos se habían sentado al final del patio de butacas, el lugar de los amantes.

Él, sin apartar la vista de la pantalla, acercó su rodilla hasta rozar la de ella y comenzó a acariciarla moviendo levemente de arriba abajo la pierna, en un gesto que en realidad era una pregunta. Ella presionó su pierna y pegó el muslo al de él. Esa respuesta hizo que los pezones se le erizaran bajo su camisa, sin que se notara en la oscuridad. Su compañero deslizó con suavidad una mano furtiva, que reptó hasta tomar posesión de la rodilla. La falda ascendió sobre el muslo desnudo, cuando aquella mano furtiva empezó a acariciar decidida la piel suave. Ella abrió su boca anhelante sin apartar la vista de la pantalla. Miraba pero no veía. Todos sus sentidos estaban concentrados en esos dedos que la impulsaban a abrir el ángulo de sus piernas a la vez que se deslizaba a través de la butaca hasta dejar la cabeza apoyada sobre el respaldo.

Este movimiento logró el contacto que empezaba a urgirle. La mano de él quedó apoyada sobre el frente húmedo de las bragas, detenida, sin el más leve movimiento ni presión, como haciéndola desear. De pronto, su dedo índice resbaló por los labios de la hendidura a través de la tela y ella suspiró de forma entrecortada. Entre la ansiedad y el deseo reprimido buscó el elástico de las bragas y tiró del mismo, hasta que co habilidad logró bajárselas hasta los tobillos. Se las quitó y abrió las piernas, hasta quedar expuesta a esa mano que iba a proporcionarle placer. Él volvió a entretenerse, esta vez en el pubis, dando rodeos lentos, hasta que su mano contactó con la ansiada humedad de ella. Los labios de la vagina devoraron sus dedos, que iniciaron una masturbación armoniosa: iban alternadamente y de manera pausada desde el clítoris hasta las proximidades del ano.

La mujer, al borde del orgasmo y ensimismada por la sitación, olvidó por un momento la pantalla y desvió su mirada hasta encontrar los pantalones de su compañero. Rápida y agresiva, buscó la bragueta. Queria tener en sus manos ese pene que se adivinaba en el bulto lateral que latía sobre una de las piernas del hombre. Lo frotó con rapidez, hasta que un nuevo impulso la llevó a bajarle la cremallera y liberar el pene.

Erecto y congestionado, el miembro rebosaba en su mano, mientras movía la piel tensa arriba y abajo. La mutua masturbación duró sólo algunos minutos, hasta que decidieron llegar al clímax sin cambiar de sitio: lo harían alli mismo.

Él se recostó en la butaca, dejando así su pene libre y palpitante. Ella inició un movimiento para cambiarse de butaca y se deslizó sobre él. Con un cambio rápido de posición colocó el pene en su vagina y se sentó encima de él introduciendolo al completo. Quedó de espaldas, cabalgando aunque sin movimiento; sólo un acompasado y muy ligero vaiven de la pelvis delataba la fusión. Ello era suficiente para que el estallido silencioso que se acercaba creciera sin cesar.

La frotación de las pieles consiguió que el miembro protegido por la vaina de la vagina palpitante aumentara su aceleración. Ella intentó controlar sus movimientos instintivos, que cada vez se hacían más evidentes. Ante la necesidad, una de sus manos se perdió bajo la falda, como si fuera un telón protector de las miradas curiosas, para acariciarse el clítoris y acompañar al coito. Él deslizó una mano por debajo, entre ambos cuerpos, y acarició el ano de ella con movimientos circulares que se tornaban irresistibles y la transportaron hasta un orgasmo mudo, sólo expresado en las muecas contenidas de su rostro, y apenas visible por la cambiante e íntima iluminación de la película.

2 habitantes han dejado su opinión:

Contraindicado dijo...

Que bonito es el cine!!! Me ha gustado, mucho. Besotes!!!

sam, una venusiana perdida en este mundo dijo...

Muchas gracias auqnue admito que no es mio sino de la inigualable escritora erótica Alicia Gallotti. Ya subiré más escritos suyos para que los disfruteis.

Besitosss

PD: Y si, qué bonito es el cine!!! XDDD

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